Una cetrería improvisada

Felices navidades a un buen hombre y amigo. Halcón.

Recibí en un mensaje de texto inesperado de un viejo conocido del que no sabía nada desde hacía mucho tiempo. Le llamé por teléfono enseguida. Eres el único que me ha llamado de todos a los que les he enviado el mensaje. Me dijo que sobrevivía cerca de Andorra la Vella, en una trinchera de las que quedaban aún de la guerra, oscura y fría, junto a su inseparable pastor alemán. Bajaba al pueblo de vez en cuando a cargar el móvil y a por los escasos víveres que le permitía su exigua pensión. Conservaba los arrestos del legionario que fue. Más que el frío, lo que más duele es la soledad, la soledad a la fuerza, que es la peor de las soledades. Buscaba un techo en algún pueblo a lo largo de uno de los caminos de Santiago. A cambio de cuidar del ganado. Sin cobrar nada. Le dije que le llamaría de vez en cuando, ahora que tenía su número. Yo no te puedo llamar porque apenas tengo saldo. Le recargué el móvil. Veinte euros.

No hacía falta tanto, muchas gracias.

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